Pan profano

El día importante es el de hoy, pero el pasado soviético continuamente nos alcanza, y cada día es una pelea por existir. En 25 años no hemos podido superar el chauvinismo ruso, sus locas ideas, las guerras y las humillaciones. Con todo, feliz Día de la Independencia, amigos míos…” (Un joven georgiano)


Veinte kilómetros. Esta es la distancia que separa la ciudad de Akhaltsikhe de la frontera turca. Solo veinte kilómetros hoy. En otro tiempo era casi imposible cubrir esta distancia. En tiempos soviéticos la carretera que une Tbilisi con Turquía se interrumpía al poco de pasar el spa de  Borjomi, ya famoso en vida de Pushkin y más tarde destino favorito de los Romanof, y aún luego de los nuevos jerarcas de la Unión Soviética, con Stalin a la cabeza. La carretera se enrosca entre gargantas y valles, dejando atrás casas castigadas por el tiempo y locales de abastos. A cada paso nos detiene un grupo de vacas. Aquí y allá el paisaje verde se puntea de viejos y ruinosos bloques de hormigón. “Justo allí”, dice Giorgi, un armenio local que fue taxista muchos años, “se colocaban los soldados durante la Unión Soviética”. Hace el gesto de apuntar con un fusil. “Y a cualquiera que intentara pasar le disparaban.” Añade: “De aquí en adelante… solo con pasaporte.” Mientras se integraba en la Unión Soviética esta región era zona prohibida y llena de refugios. Hay numerosos testimonios de armenios y georgianos enviados a patrullar por esta zona fronteriza durante su servicio militar. Entre las zonas más controladas estaba la ciudad balneario de Abastumani, ya famosa en tiempo de los zares, y que en época soviética acogía a oficiales del Ejército Rojo y sus familias. Aún hoy hay un importante observatorio astronómico en un monte cercano.

Entre los varios “sanatorios”, muchos de ellos abandonados, y entre los numerosas construcciones soviéticas de cemento que albergan a la poca gente que permanece, aguanta en pie una pequeña iglesia armenia.


Mientras comían, tomó pan, y bendiciéndolo, lo partió, se lo dio y dijo […].» (Mk 14,22)

“Los lugares no tienen geografía sino historia” (Tim Ingold). Construida en 1898 por dos hermanos armenios de Bakú, la iglesia armenia de Abastumani está hoy en muy mal estado, principalmente a causa de las rudas intervenciones llevadas a cabo en período soviético. De hecho, en aquel tiempo fue transformada en horno de pan. Además de eliminar y tabicar parcialmente el gavit, vestíbulo de la iglesia, los soviéticos también le adosaron dos edificios construidos en parte con los sillares de la parte destruida: un almacén de petróleo y carbón, y otro para el pan (que se vendía en Abastumani y los pueblos de alrededor). Aún quedan los grandes estantes de madera y las bandejas de metal donde se horneaban las hogazas de unos tres kilos. El interior de la iglesia es irreconocible, si no fuera por la presencia de las cruces de consagración dispuestas en los muros y una gran placa a la entrada con texto en ruso y armenio que explica el origen y la construcción del templo. Adentro aún pueden verse las grandes gavetas para la masa y el horno industrial en mitad del recinto.

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El regimen soviético logró en parte su objetivo. El gesto de transformar una iglesia en otra cosa, algo secular e industrial, buscaba eliminar todo punto de referencia y cualquier estructura que avivara los sentimientos comunes de la población local, que tan solo unos años antes eran sus certezas. Por ochenta años, el régimen soviético intentó reemplazar el culto sagrado por el culto a la ideología.

Las conversión de una iglesia directamente en fábrica de un alimento siempre sacralizado por cualquier cultura (como bien ha contado Predrag Matvejevic). La secularización completa y la industrialización del pan ha cambiado el significado mismo de «pan», que durante el período soviético tuvo solo un rol profano, e incluso un rol que suscitaba una transformación secular.

“Es, pues, un desastre enorme; cuando la cultura se muestra extremadamente frágil y precaria, a la vez que indispensable e irreemplazable. Las mismas categorías cognitivas y las figuras simbólicas por medio de las cuales  una comunidad percibía y comprendía el mundo y lo hacía pensable, pierden su significado en el mismo momento en que más se necesitan. Parece como si entonces el mundo acabara literalmente. La perception de totalidad y el sentido de una fatalidad inminente se hacen insoportables.” (G. Ligi: Antropologia dei disastri)

En tiempos soviéticos se construyó un desván detrás del horno de ladrillo, usado asimismo como almacén. Aún se ven allí algunas máquinas de amasar y otras que parecen para moler harina. A día de hoy, los restos de cera y hollín al lado de las cruces revelan cómo durante estos años la iglesia ha sido visitada por fieles que impulsan la rehabilitación, si no del propio edificio, al menos de su carácter de lugar sagrado.

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En Georgia, el proceso de transición fue de los más delicados en todo el mundo soviético, no solo por la violencia que lo acompañó, también por sus contradicciones.


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